Pío Baroja, Edurado Mendoza, p. 20
Benet ejemplifica con esta
anécdota: en cierta ocasión acudió un periodista a la casa de la calle de
Alarcón a entrevistar a don Pío, y éste, en lugar de responder a sus preguntas
con las respuestas al uso, lo abrumaba con sus queja.
“A medida que se sucedían las
preguntas -cuenta Benet-, las respuestas no podían ser más desconsoladoras. Don
Pío se quejaba de su mucha edad, de su falta de interés por las cosas, del
precio del carbón, del frío que pasaba, del insomnio que padecía, del poco
entusiasmo que le inspiraba la calle, de lo dura que era una existencia que a
su edad le obligaba a seguir escribiendo para ganarse el sustento. Finalmente,
buscando siquiera un rayo de luz en medio de aquella oscuridad, al periodista
se le ocurrió decir: "Pero a fin de cuentas ... en general se encuentra
usted bien, ¿no es así?". ''No, señor -fue la terrible respuesta del
viejo-, en general me encuentro mal, bastante mal. Pero me da lo mismo
encontrarme bien que encontrarme mal."
Es curioso cómo Baraja había
asumido su propio personaje, por no decir su propia caricatura, con efectos
retroactivos, hasta el extremo de parecer que durante roda su vida se había
mantenido al margen de las terribles convulsiones de su tiempo y había evitado
las no menos terribles peripecias personales de sus contemporáneos. Muchos años
más tarde, al redactar sus recuerdos de aquel tiempo, Benet rememoraba,
subyugado y repelido, aquella "tertulia anacrónica, envuelta en una luz
tibia y opalescente, en la que -maldición de todos los inmortales que por no
tener a nadie por encima ni misterios que resolver ni ciencia que hacer
progresar ni cuentas que saldar, la mayor parte del tiempo sólo hablando de
asuntos del barrio- todo había sido dicho más de una vez"
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