A propósito de nada, Woody Allen.
Leía indiscriminadamente y seguía teniendo grandes lagunas en
mi conocimiento, pero empecé a escuchar música clásica además de jazz, visitaba
cada vez más museos y me educaba lo mejor que podía, no para obtener un título
universitario ni por ninguna aspiración noble, sino para no parecer un asno
delante de las mujeres que me gustaban; aunque, en la mayoría de los aspectos, seguí
siendo un asno. Aún hoy, mis poetas son los de “Tin Pan Alley» y no hay nada en
La tierra baldía o en Pound o Anden que me conmueva tanto como la frase «no
vales el precio de un espárrago fuera de temporada» de Cole Porter.
Sé que Edith Wharton, Henry James y Fitzgerald escribieron sobre
Nueva York, pero la ciudad que yo reconocía estaba mejor descrita en los
artículos deportivos de ese sentimental reportero irlandés llamado Jimmy
Cannon. Os quedaríais impresionados por todo lo que no sé, no he leído o no he
visto. Después de todo, soy director, es decir, escritor. Jamás he visto una
representación en directo de Hamlet. Jamás he visto Our Town, en ninguna versión.
Jamás he leído el Ulises, ni el Quijote, ni Lo lita, ni Trampa 22, ni 1984, ni
nada de Virginia Woolf, E. M. Forster o D. H. Lawrence. Nada de las hermanas
Bronte ni de Dickens. Por otra parte, soy uno de los pocos entre mis pares que
ha leído la novela de Joseph Goebbels. Sí, Goebbels, ese pequeño supositorio de
pacotilla que trabajaba como publicista del Führer, probó suerte con una novela
titulada Michael, y no creáis que el personaje principal era un chico ansioso y
lleno de nervios que no sabía qué hacer para gustarle a la chica.
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