Encuentros heroicos, Carlos García Gual, . 39
Me gustaría recordar unas líneas
del citado libro de Redfield (op. cit., p. 388):” Aquiles, el héroe que está
más cerca de los dioses, tiene al final de la Ilíada el privilegio de situarse
al margen de su mundo y reescribirlo. El rescate de Héctor se lo impone Zeus;
él lo acepta porque comparte hasta cierto punto la sabiduría de Zeus. Aquiles
puede ver a cualquier hombre como una criatura efímera de la naturaleza y
reconocer que no merece su odio. O, bien podemos agregar, su amor".
El rescate de Héctor, según esta
interpretación, anula la distinción entre vencedor y vencido. Ambos aparecen
compartiendo una naturaleza común y un destino común. Esto no resuelve la
contradicción del combate, pero la borra; pues si el vencido no es distinto del
vencedor, el combate carece de sentido. (Esta perspectiva, que me parece
sugerente, y algo exagerada, aproxima a Aquiles de modo singular al héroe indio
Arjuna que se lanza a la batalla de la Bhagavad
Gita consciente del sinsentido último de la misma. No creo que refleje la
concepción homérica, pero acentúa bien su visión trágica.)
En esa misma línea de glosar la
profunda grandeza anímica del héroe troyano, y, a la vez, la magnanimidad de la
visión homérica que reconoce en los enemigos de los griegos la misma humanidad
que a los propios griegos, está el libro de Jacqueline de Romilly, Rector,
París, De Fallois, 1997. En uno de los capítulos del libro analiza la escena
del encuentro de Príamo y Aquiles, destacando justamente esa piedad hacia el
vencido que es característica del mejor humanismo griego (y recuerda que
también se expresa de otro modo en la tragedia de Esquilo, los Persas). Como la
conocida helenista subraya, Aquiles cumple ejemplarmente con las leyes de la
hospitalidad, y despliega la cortesía más exquisita en su trato con el viejo
rey que acude a él como suplicante; pero la actitud de ambos revela algo más
profundo que un cumplimiento de las normas rituales. «Aquí vemos el
cumplimiento de una serie de ritos que van desde la aceptación del rescate a la
comida de hospitalidad. Está claro que el retorno a los ritos supone y trae
consigo un apaciguamiento interior. Pero es una deformación de sociólogo sacar
de ello conclusiones sobre las virtudes del ritual. Pues todo parte de esa
solidaridad humana a la cual Príamo ha hecho alusión, y de esas lágrimas
compartidas. El ritual sigue: la emoción primera ha hecho vacilar la relación
entre los dos hombres."
Eso es, por lo demás, uno de los
grandes pensamientos del helenismo: la piedad, la comprensión, la tolerancia se
fundan sobre el sentimiento de las debilidades comunes a todos los hombres. Del
mismo modo Ulises, en el Ayax de Sófocles, rehúsa reírse de su adversario
deshornado. Es lo que está en el fondo de esa sensibilidad tan profundamente
griega: "Tengo piedad de él cuando lo veo doblarse bajo un desastre. Y, de
hecho, es más en mí que en él en quien pienso. Me doy cuenta de que todos
nosotros, todos los que vivimos aquí abajo, no somos más que fantasmas o sombras
ligeras" (Ayax, 121-126). La tragedia deduce la idea fundamental que la
epopeya había mostrado en acto, en la imagen decisiva de las lágrimas compartidas"
(op. cit., p. 241). Pero, pienso, hay una diferencia entre la compasión del
homérico Aquiles y la del Ulises sofocleo. En la escena final de la Ilíada lo
que conmueve al héroe no es la sombría y frágil condición humana, como en la
tragedia, sino la admiración ante la magnífica actitud y la figura noble del
otro, ante el dolor ajeno, y la semejanza entre el enemigo y el ser querido, el
propio padre, o el hijo muerto, que ambos perciben al verse frente a frente.
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