Una vuelta por mi cárcel, M.Yourcenar, p. 99
Más abajo, en Sacramento, al
norte de California y por la misma época, un alemán de unos treinta años pesa
ese polvo de oro y gana bastante con su adquisición, aunque tenga que velar
noches enteras, con el revólver en la mano, sobre la caja fuerte donde lo ha
encerrado. Es Schliemann. Sus dedos tienen afinidad con el metal amarillo. Tras
él hay ya una larga carrera de aventurero: ha amasado o amasará en dos
continentes dos o tres fortunas; descubrirá un día el oro de Troya y el oro de
Micenas. Si la fiebre amarilla lo hubiera llevado hasta Sacramento, como a
punto estuvo de hacerlo, o si alguno de sus peligrosos clientes lo hubiese
matado de un pistoletazo, nadie se acordaría hoy del hijo de un tendero de
Mecklemburgo, que naufragó en Texel, especuló en Rusia con el añil y que
después, por avidez de ganancia, se trasladó al brutal Oeste americano de su
tiempo. No se imagina que será algún día una de las glorias de la Atenas del
siglo XIX, como tampoco presiente que soñará sobre el terreno con emprender
excavaciones en las inmediaciones de la Gran Muralla, ni que será uno de los
últimos que vieron con sus propios ojos el Japón de los shógun. Más vale no
morir demasiado pronto.
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