Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

1977


Los años, Annie Ernaux, p. 100
La guerra de Vietnam había terminado. Habíamos vivido tantas cosas desde su comienzo que formaba parte de nuestras vidas. El día de la caída de Saigón, nos dábamos cuenta de que nunca habíamos creído posible una derrota de los americanos. Por fin pagaban por el napalm, por la niñita corriendo por un arrozal cuyo póster adornaba nuestras paredes. Sentíamos la alegría y el cansancio de las cosas por fin cumplidas. Había que desengañarse. La televisión mostraba racimos humanos aglutinados en embarcaciones, huyendo del Vietnam comunista. En Camboya, la cara civilizada del bonachón rey Norodom Sihanuk abonado al Canard enchaíné no conseguía ocultar la ferocidad de los jemeres rojos. Mao moría y nos acordábamos de una mañana de invierno cuando, en la cocina antes de salir para la escuela, habíamos escuchado el grito de Stalin ha muerto. Descubriríamos detrás del dios del río de las cien flores una asociación de malhechores dominada por la viuda Jiang Qing. Muy cerca, en nuestras fronteras, las Brigadas Rojas y la banda Baader Meinhof secuestraban a patronos y hombres de Estado, encontrados muertos después en el maletero de un coche, como cualquier mafioso. Creer en una revolución se convertía en algo vergonzoso y no nos atrevíamos a decir que el suicidio de Ulrike Meinhof en su celda nos entristecía. Oscuramente, el crimen de Althusser, estrangulador de su mujer un domingo por la mañana en la cama, aparecería imputable tanto al marxismo del que era la encarnación misma, como a un problema psíquico.
Los “nuevos filósofos» surgían en los platós de televisión, debatían airadamente contra las “ideologías “, blandían a Solzhenitsyn y el gulag para enterrar a los soñadores de revoluciones. A diferencia de Sartre, del que se decía que estaba gagá, y que seguía negándose a ir a la televisión, de Beauvoir y su discurso-ametralladora, ellos eran jóvenes, “interpelaban” las conciencias en palabras comprensibles para todo el mundo, daban confianza a la gente con su inteligencia. El espectáculo de su indignación moral era agradable a la vista pero no sabíamos adónde querían ir a parar, aparte de desanimarnos a que votáramos por la Unión de la Izquierda.

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