Aunque desconocidos del gran
público y pese a figurar de manera muy poco ostentosa en los libros de historia,
probablemente las dos personas más influyentes en el destino de Guatemala y, en
cierta forma, de toda Centroamérica en el siglo xx fueron Edward L. Bernays y
Sam Zemurray, dos personajes que no podían ser más distintos uno del otro por
su origen, temperamento y vocación.
Zemurray había nacido en 1877, no
lejos del Mar Negro y, como era judío en una época de terribles pogromos en los
territorios rusos, huyó a Estados Unidos, donde llegó antes de cumplir quince
años de la mano de una tía. Se refugiaron en casa de unos parientes en Selma, Alabama.
Edward L. Bernays pertenecía también a una familia de emigrantes judíos pero de
alto nivel social y económico y tenía a un ilustre personaje en la familia: su
tío Sigmund Freud. Aparte de ser ambos judíos, aunque no demasiado practicantes
de su religión, eran muy diferentes. Edward L. Bernays se jactaba de ser algo
así como el Padre de las Relaciones Públicas, una especialidad que si no había
inventado, él llevaría (a costa de Guatemala) a unas alturas inesperadas, hasta
convertirla en la principal arma política, social y económica del siglo XX. Esto sí llegaría a ser cierto, aunque su egolatría
lo impulsara a veces a exageraciones patológicas.
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