Mishima, Yourcenar, p. 142
Todo está a punto. El seppuku
será el 25 de noviembre de 1970, día en que el último volumen de la tetralogía
es remitido al editor. Aunque esté sumergido en la acción, Mishima regula todavía
su vida con sus obligaciones de escritor: se jacta de no haber dejado nunca de
enviar un manuscrito en la fecha fijada. Todo está previsto, incluso –suprema cortesía
para los asistentes, o supremo deseo de conservar hasta el final la dignidad
del cuerpo- los tampones de guata que servirán para impedir que se salgan las
entrañas durante las convulsiones de la agonía. Mishima, que cena en un
restaurante el 24 de noviembre con sus cuatro fieles, se retira para trabajar como
todas las noches, acaba su manuscrito o le da los últimos retoques, lo firma y lo
mete en un sobre que vendrá a buscar, a la mañana siguiente, un empleado del
editor. Cuando apunta el día, toma una ducha, se afeita meticulosamente y se
pone su uniforme del Escudo sobre un slip de algodón blanco y sobre la piel
desnuda. Unos gestos cotidianos, pero que ya tienen la solemnidad de lo que
nunca se volverá a hacer. Antes de salir de su despacho, deja sobre la mesa un
trozo de papel: «La vida humana es breve, pero yo querría vivir siempre». La frase es
característica de todos los seres lo bastante ardientes para ser insaciables.
Pensando bien en ello, no hay contradicción entre el hecho de que esas palabras
hayan sido escritas al amanecer y el hecho de que el hombre que las ha escrito
esté muerto antes de que termine la mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario