La historia más conocida en la que aparece la transformación
de un joven en flor comienza con una madre preocupada que lleva a su hijo a ver
a un profeta. Así como había augures y sibilas que hablaban en nombre de los
divinos oráculos, existían ciertos seres mortales escogidos a los que los
dioses habían obsequiado con el don de la profecía. Organizar una consulta con
uno de ellos no se diferenciaba de concertar una visita con el médico.
Los dos adivinos más celebrados del mito griego fueron
CASANDRA y TIRESIAS. Casandra era una profetisa troyana sobre la cual pendía la
maldición de ser siempre absolutamente precisa en sus pronósticos y, sin
embargo, no ser creída absolutamente en ninguna ocasión. También el tebano
Tiresias soportó una existencia estresante. Nacido varón, fue transformado en mujer
por Hera como castigo por golpear a dos serpientes que se estaban apareando,
por razones que él sabría. Tras siete años sirviendo a Hera como sacerdotisa, a
Tiresias le fue devuelta su forma original de hombre, y enseguida Atenea lo
dejó ciego por mirarla desnuda mientras se bañaba en el río. Esta es una de las
historias que explica la ceguera, pero yo prefiero la variante en la que se
cuenta cómo lo llevaron al Olimpo para que hiciese las veces de árbitro en una
apuesta entre Zeus y Hera. Estos dos habían estado discutiendo sobre quién
disfrutaba más del sexo, si el hombre o la mujer. Dado que Tiresias, por haber sido
tanto hombre como mujer, se encontraba en una posición única para responder a
esta cuestión, acordaron que su juicio sería concluyente.
Tiresias declaró que, según su experiencia, el sexo era
nueve veces más placentero para las mujeres que para los hombres. Esto
enfureció a Hera, que había apostado con Zeus a que los hombres obtenían más
placer en el acto. Tal vez basaba su opinión en la inagotable libido de su
marido y en su más moderada pulsión sexual. Para su mal, Hera recompensó a
Tiresias dejándolo ciego. Un dios no puede deshacer los efectos que provoca
otro, así que lo mejor que pudo hacer Zeus fue otorgarle en compensación la
facultad de la clarividencia, el don de la profecía.
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