La palabra favorita de la
neurología es «déficit”, que indica un menoscabo o incapacidad de la función
neurológica: pérdida del habla, pérdida del lenguaje, pérdida de la memoria,
pérdida de la visión, pérdida de la destreza, pérdida de la identidad y un
millar de carencias y pérdidas de funciones (o facultades) específicas. Tenemos
para todas estas disfunciones (otro término favorito) palabras negativas de
todo género -afonía, afemia, afasia, alexia, apraxia, agnosia, amnesia, ataxia-
una palabra para cada función mental o nerviosa específica de la que los
pacientes, por enfermedad, lesión o falta de desarrollo, pueden verse privados parcial
o totalmente.
El estudio científico de la
relación entre el cerebro y la mente comenzó en 1861, cuando Broca descubrió,
en Francia, que las dificultades en el uso significativo del habla, la afasia,
seguían inevitablemente a una lesión en una porción determinada del hemisferio
izquierdo del cerebro. Esto abrió el camino a la neurología cerebral, y eso
permitió, tras varias décadas, “cartografiar” el cerebro humano, adscribir
facultades específicas (lingüísticas, intelectuales, perceptuales, etcétera) a “centros”
igualmente específicos del cerebro. Hacía finales de siglo se hizo evidente
para observadores más agudos (sobre todo Freud en su libro Afasia) que este
tipo de cartografía era demasiado simple, que las funciones mentales tenían
todas una estructura interna intrincada y debían tener una base fisiológica
igualmente compleja.
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