Mythos, Stephen Fry, p. 106
-No quiero tener jamás de los
jamases novio ni marido, ni que un hombre me toque, ya sabes ... , de esa
manera ...
-Sí, sí..., ejem ... , lo
comprendo perfectamente.
Aquella debió de ser la primera
vez que Zeus se ruborizaba.
-También quiero un montón de
nombres distintos, igual que mi hermano. «Apelativos», se llaman. También un
arco, de los que él tiene una colección entera, me he fijado, y yo no por ser
chica, cosa que es totalmente injusta. Al fin y al cabo soy la mayor. Hefesto
me puede hacer uno realmente especial como regalo de cumpleaños igual que hizo
con Apolo, un arco de plata con flechas
de plata, por favor. Y quiero una toga hasta las rodillas para salir de caza,
porque los vestidos largos son estúpidos y poco prácticos. No quiero el dominio
sobre pueblos y ciudades, sino sobre laderas y florestas. Y sobre los ciervos.
Los ciervos me gustan. Y sobre los perros, pero perros de caza, no esos perrillos
falderos inútiles. Y, si fueses tan tan amable, me gustaría tener un coro de
chicas que me cantasen alabanzas en templos y un grupo de ninfas que me
paseasen a los perros y me cuidasen y me protegiesen de los hombres.
-¿Y ya está?
Zeus estaba medio mareado tras la
retahíla.
-Creo que sí. Ah, y querría el
poder de facilitar el parto a las mujeres. He visto lo doloroso que es. De
hecho, sinceramente, es bastante asqueroso y quiero ayudarlas a que sea mejor.
-No veas. Solo te falta la luna,
¿eh?
-¡Ay, qué buena idea! La luna.
Sí, ponme la luna, por favor.
Con eso estará rodo. No te
volveré a pedir nada nunca más.
Zeus le concedió todos y cada uno
de los deseos. ¿Cómo negarse?
Artemisa fue debidamente
investida diosa de la caza y de los castos, de los indoctos y de los indómitos,
de los perros y de los ciervos, de las parteras y de la luna. La reina de los
arqueros y de las cazadoras creció hasta valorar su independencia y su celibato
por encima de todas las cosas. La bondad con la que expresaba su compasión por
las parturientas contrastaba con la ferocidad con la que perseguía a la presa y
castigaba a cualquier hombre que considerase que se le había acercado
demasiado. Temida, admirada y adorada de un extremo al otro del antiguo mundo, se
la conoció algunas veces, en honor a su montaña natal, como CInTIA. Los romanos
la llamaban DIANA. Su árbol era el ciprés. Si Atenea era diosa de las cosas
cultivadas, fabricadas, elaboradas e inventadas, Artemisa -por su dominio sobre
lo natural, lo instintivo y lo salvaje- figuró como su opuesta. Compartían, sin
embargo -junto con Hestia-, una pasión por la castidad propia.
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