Denkbilder, Walter Benjamin, p. 131
A la muerte de un anciano
Tal vez la pérdida lleve a
alguien mucho más joven a dirigir su mirada por primera vez a aquello que puede
haber entre las personas a las que separa una diferencia de edad muy grande
pero une el afecto. El muerto era un compañero con el cual seguramente no
podían tratarse la mayor parte de los temas ni los que a uno más le importaban.
En cambio, la charla con él estaba teñida de una frescura y de una paz que no
se logra nunca con un coetáneo. Y esto tenía dos causas. Por un lado, cualquier
acuerdo, aun el más insignificante, que lograban por encima del abismo generacional
era mucho más concluyente que el que se da entre iguales. Por el otro, el más
joven encontraba aquello que después, cuando lo abandonan los ancianos,
desaparece totalmente hasta que él mismo se vuelve viejo: una conversación a la
que le son ajenos todo cálculo y toda consideración externa porque ninguno
espera nada del otro, ninguno se encuentra con otro sentimiento que con el poco
frecuente del afecto sin ningún añadido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario