El escándalo de los Wapshot, John Cheever, p. 84
En el piso de abajo, Betsey pensó
airadamente que Coverly había encontrado al fin algo útil que hacer los sábados
por la mañana y que por lo menos una habitación estaría limpia. Se metió en el
cuarto de baño donde tuvo una visión, no tanto de la emancipación de su sexo
como de la esclavización del macho.
El progreso rutinario -una
Presidenta y un Senado femenino- no aparecía en la fantasía de Betsey. De
hecho, en su visión los hombres continuaban realizando la mayor parte del
trabajo en el mundo, si bien ampliado para incluir las tareas domésticas y las
compras. Sonrió al imaginar a un hombre inclinado sobre la tabla de la plancha,
un hombre limpiando el polvo de la mesa, un hombre untando el asado. En su
visión todos los monumentos públicos en homenaje a grandes hombres serían
derribados y arrojados a los vertederos. Generales a caballo, sacerdotes con
sotana, estadistas de frac, aviadores, exploradores, inventores, poetas y
filósofos serían reemplazados por atractivas representaciones de la mujer. Las
mujeres tendrían independencia sexual completa y harían el amor con
desconocidos con la misma despreocupación con que compraban un libro de
bolsillo, y al volver a casa por la tarde, les describirían con descaro a sus
deprimidos maridos (que estarían preparando un asado a la parrilla) los
momentos más destacados de sus aventuras eróticas. No fue tan lejos como para imaginar
una legislación que limitara los derechos de los hombres; pero les veía tan
cabizbajos, insulsos y deprimidos que habrían perdido la posibilidad de que los
tomaran en serio.
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