Páginas escogidas, Ferlosio, p. 251
Me escandalizo
cada vez que oigo hablar de respeto a la intimidad y de derecho a la vida
privada. ¡Encima! Por lo visto, se ve como un pecado de la vida pública la
indiscreción que fisga y saca a la vergüenza de la calle hasta los últimos reductos
de lo particular. El privatismo dominante ha lesionado la mirada misma, que ya
sólo es capaz de adoptar el punto de vista del particular, compadeciéndose de
la gran diva acechada y perseguida por el tenaz teleobjetivo de la prensa del
corazón hasta en sus más recoletas cotidianidades. Pero, vistas las cosas
socialmente, ¿quién es realmente el invadido y quién el invasor? Basta pasar
por un quiosco de periódicos para advertir el impudor y la osadia con que la
vida privada ha tomado por asalto los medios de comunicación e invadido y
ocupado con sus obscenas huestes el interés del público. Y para mayor escarnio,
todos comprenden que la ley persiga la divulgación de intimidades contra la
voluntad de los particulares afectados, pero levantarían el grito al cielo si
se atreviese a restringir la divulgación de asuntos semejantes, no por respeto
a la privacidad individual, sino por el decoro de la vida pública y en
beneficio de sus intereses. La lente de una mentalidad privatizada ha invertido
la imagen misma del fenómeno, pues la verdad social es que la vida pública es
el agredido, y la vida privada, el agresor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario