Doña Tere era una señora pequeñita y con algunas canas. Tenia con sus huéspedes muchos miramientos y era muy simpática. Una noche en que don Zana no volvía, Alfanhuí se quedó mucho tiempo hablando con ella. Era viuda; su marido había sido maestro. De su marido era el único libro que quedaba en la casa. Un libro con pastas color naranja que tenía en la portada una muchacha soplando sobre un molinillo. El molinillo se deshacía en pequeños vilanos que volaban. El libro se llamaba Petit Larousse Illustré. Alfanhuí se entretenía mucho viendo las figuras.
También contó la patrona la historia de su padre. Eran de Cuenca. Allí había conocido ella a su marido. Su padre era labrador y tenía algunas tierras. Una tarde se durmió arando con los bueyes. Y como no volvía el arado, los bueyes siguieron y se salieron del campo. El hombre seguía andando, con sus manos en la mancera. Iban hacia Poniente. Tampoco a la noche se detuvieron. Pasaron vados y montañas sin que el hombre despertara. Hicieron todo el camino del Tajo y llegaron a Portugal. El hombre no despertaba. Algunos vieron pasar a este hombre que araba con sus bueyes un surco solo, largo, recto, a lo largo de las montañas, al través de los ríos. Nadie se atrevió a despertarle. Una mañana llegó al mar. Atravesó la playa; los bueyes entraron en la mar. Rompían las olas en sus pechos. El hombre sintió el agua por el vientre y despertó. Detuvo a los bueyes y dejó de arar. En un pueblo cercano preguntó dónde estaba y vendió sus bueyes y el arado. Luego cogió los dineros y, por el mismo surco que había hecho, volvió a su tierra. Aquel mismo dia hizo testamento y murió rodeado de todos los suyos.
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