Aquí todas las ideas, todos los
días y todas las vidas parecen estar puestos sobre la mesa de un laboratorio.
Y, como si fueran metales de los que se trata de extraer por todos los medios
una sustancia desconocida, tienen que dejar que se experimente con ellos hasta
el agotamiento. No hay organismo ni organización que pueda sustraerse a este
proceso. Los empleados en las empresas, las oficinas en los edificios, los muebles
en las viviendas, todo se reagrupa, se traslada y se corre de aquí para allá.
En los clubes, como si se tratara de centros experimentales, se estrenan nuevas
ceremonias para dar nombre a los recién nacidos y para la celebración de las bodas.
Se modifican las disposiciones todos los días, pero también las estaciones de
tranvía cambian de lugar, hay negocios que se convierten en restaurantes y
algunas semanas más tarde, en oficinas. Este asombroso método de ensayo –aquí se
lo llama remonte o renovación- no sólo afecta a Moscú, es un método ruso. En
esta pasión imperante hay tanto una voluntad ingenua para el bien como una
curiosidad y un jugueteo desmesurados. Se trata de uno de los fenómenos más
característicos de Rusia en la actualidad. El país está movilizado tanto de día
como de noche, por supuesto, con el Partido a la cabeza. Sí, lo que distingue
al bolchevique, al comunista ruso, de sus camaradas occidentales es esta
disposición incondicional a la movilización. La base de su existencia es tan
exigua que año a año está listo para partir. De otra forma no podría enfrentar
esta vida. ¿En qué otra parte podría pensarse que de un día para el otro se
nombre director de un importante teatro estatal a un militar meritorio? El
actual director del Teatro de la Revolución es un ex general. Es verdad: fue
literato antes de convertirse en un general victorioso. O, ¿en qué otro país
pueden oírse historias como la que me contó el schwejzar o mayordomo de mi
hotel? Hasta 1924 estuvo en el Kremlin. Después, un buen día, enfermó
gravemente de ciática. El Partido lo hizo atender por sus mejores médicos, lo envió
a Crimea, hizo que tomara baños de fango e intentara el tratamiento con rayos.
Cuando todo fue en vano, se le dijo: "Usted necesita un cargo en el que
pueda cuidarse, donde no pase frío y no tenga mucho movimiento". Al día
siguiente, era portero de hotel. Cuando esté curado, va a volver al Kremlin.
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