Páginas escogidas, Ferlosio, p. 84
2. Literatura moral. A mí me
importa poco que la anterior objeción y en parte también esta que viene ahora
pongan en cuestión la posibilidad misma de una literatura para niños como un tipo
específico y bien diferenciado. Si no puede existir, pues que no exista; no hay
sino que regocijarse de que no exista algo cuya existencia sólo es posible en
la degradación. La intención era) así pues,
el segundo de los pesares del Pinocho. La literatura moral, esto es, la
literatura que tiene por intención la de llevar una determinada convicción a la
conducta, tiene ya desde antiguo sus propios géneros, desde las éticas de los
filósofos hasta los libros de máximas o de aforismos, pasando por los de
reflexiones o meditaciones acerca de este mundo y sus postrimerías; pero no pocas
veces se han intentado habilitar otros géneros para ese mismo objeto. El
teatro, la poesía o la narración con intención moral no son nada insólito, mas
no por eso dejan de ser la máxima inmoralidad literaria. La narración debe ser
amoral, como lo es su propio objeto: la evocación de un acontecer; toda otra intención
que no sea ésta es advenediza y bastarda en sus entrañas. Claro está que esto
no es más que un principio y, como todos los principios, puede ser
transgredido; más para transgredir sin menoscabo del producto resultante, para
hacer una gran obra espuria, se requiere un destello de talento excepcional. Collodi
no lo tuvo en modo alguno.
La novela moral es literariamente
inmoral en la medida en que la intención bastarda se interfiere con la intención
legítima; esto es, en la medida en que para servir a la ejemplaridad siempre se
manipulan, quiérase o no) de uno u otro modo, los acontecimientos. Se dirá que
el Pinocho es una narración fantástica y que, por lo tanto, no ha lugar a
hablar respecto de ella de manipulaciones. Poco entiende del arte y de la
fantasía quien piense que lo fantástico no puede ser manipulado por ser ya ello
mismo, enteramente, puro producto de manipulación. La obra fantástica, exactamente
igual que la naturalista, tiene sus propios fueros de coherencia, más
estrechos, si cabe, que los de ésta, en virtud de su propia libertad. Y aquí
que nadie me provoque desplazándome ad hoc la imagen del manipular, porque
entonces diré que aún la llamada realidad es ya ella misma, en ese caso, otro
producto de manipulación.
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