Denkbilder, Walter Benjamin, p.48
El bolchevismo abolió la vida
privada. La burocracia, el quehacer político, la prensa, son tan poderosos que
ni siquiera queda tiempo para intereses que no confluyan con ellos. Tampoco
queda espacio. Viviendas que en sus cinco u ocho habitaciones cobijaban
antiguamente a una sola familia, ahora albergan muchas veces hasta a ocho. A
través de la puerta del pasillo se ingresa a una pequeña ciudad. Más a menudo aún,
a un vivac. Ya en la antesala uno suele tropezarse con camas. Es que, entre las
cuatro paredes, sólo se acampa y habitualmente el escaso inventario son apenas
restos de objetos pequeñoburgueses que parecen aún más deprimentes porque la
habitación está escasamente amoblada. El estilo pequeñoburgués exige que nada
falte: las paredes tienen que estar cubiertas de cuadros; el sofá, de
almohadones; los almohadones, de fundas; las repisas de figurillas; las
ventanas, de vidrios de colores (esas habitaciones pequeño burguesas son campos
de batalla sobre los cuales ha pasado, triunfal, la embestida del capital de la
mercancía; allí ya no puede crecer nada humano). De todo esto sólo se han
conservado cosas sueltas al azar. Una vez por semana, los muebles se reacomodan
en las habitaciones vacías -ese es el único lujo que se dan con ellos y, a la
vez, una forma radical de desterrar de la casa la "comodidad" junto
con la melancolía con que esta se paga. Los hombres soportan vivir allí dentro,
porque su forma de vida los hace distanciarse de su casa. Su residencia es la
oficina, el club, la calle. Del móvil ejército de funcionarios aquí sólo se
encuentra la retaguardia. Cortinas y tabiques que muchas veces sólo llegan a la
mitad de la altura de la habitación tuvieron que multiplicar la cantidad de ambientes.
Porque a cada ciudadano le corresponden legalmente sólo trece metros cuadrados
de superficie habitable. Cada uno paga por su vivienda según sus ingresos. El
Estado -la propiedad de todas las casas fue estatizada- cobra a los desocupados
un rublo mensual por la misma superficie por la cual los más pudientes pagan
sesenta o más. Quien aspira a tener más espacio del prescripto tiene que abonar
un múltiplo de este valor, si no lo puede justificar por su actividad laboral. Si
uno se aparta del camino señalado, a cada paso choca con un inmenso aparato
burocrático y con costos exorbitantes. El miembro de un sindicato que presenta
un certificado médico y recorre las instancias previstas, puede atenderse en el
sanatorio más moderno, ser mandado a los baños termales de Crimea, disfrutar de
costosos tratamientos con rayos, sin pagar por ello un centavo.
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