Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

RESTITUCIÓN DEL FARISEO


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 125
El retrato del fariseo se ha desvaído mucho con el tiempo. El público ya no reconoce ahí propiamente una figura, sino apenas un contorno corrido y sumario, donde el afán constante de suplir todo trazo perdido con rasgos de parientes, por cercanos que sean, ha acabado por volver a fundir en el género próximo aquella especie bien diferenciada. Fariseo da a entender hoy muy poco más que 'hipócrita', y aun ese poco es comúmnente vago e irrelevante. Y, sin embargo, una cosa tan saliente como el engañarse a sí mismo -por ambigua y paradójica que sea la naturaleza de este engaño-, mientras no encaja en absoluto en la figura del hipócrita común («convencional», como diría un periodista), ha de mostrarse, en cambio, rasgo inevitable en la genuina fisonomía del fariseo, pues la comedia de la hipocresía común tiene por escenario la conducta pública y la del fariseísmo tiene por escenario el corazón. En la parábola, en efecto, el fariseo se manifiesta a solas ante el altar de Dios, pero ¿seguirá acaso comediando el hipócrita común cuando nadie le vea o, lo que a estos efectos es lo mismo, cuando únicamente le vea el omnividente? Expresiones evangélicas más inespecíficas, como el metafórico dicterio de “sepulcros blanqueados”, han debido de ser lo que, prevaleciendo en la atención del público sobre la parábola, ha dejado despintarse las precisas facciones de nuestro personaje; pero éstas siguen ahí, en la parábola, recogidas con certera agudeza psicológica en el dato que se basta por sí mismo para configurar toda una personalidad moral entera y vera, como es la del que específicamente debería llamarse fariseo, y para permitirnos restaurar su prístino retrato: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como los otros hombres ... , porque no soy como ese publicano». En la esencia moral del fariseo están la relación, la comparación y la autoedificación por contraste. El fariseo puede, pues, definirse como el que construye su bondad o santidad con la maldad o iniquidad ajenas. Necesita del malo y lo cuaja ontológicamente en el aire con una sobrehumana maldición, para constituirse él, por contraposición, en bueno.

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