Mujer es sangrar, Barbara Ferris,
pp. 12
“Mujer” es una identidad
flexible, viajera, que recala en varios puertos que se corresponden con estados
fisiológicos distintivos. Está la mujer que aún no sangra, la mujer que sangra,
la mujer que deja de sangrar temporalmente, la mujer que ya no sangra y la que
no sangrará nunca, que siempre es aún. La mujer que aún no sangra es la que
recibe el peso de la cultura en bruto, el discurso con el que habrá de
interpretar los cambios venideros, esto es, el género. Un patio de colegio en
el que distinguimos a los niños de las niñas no por sus cuerpos, que son
insexables, sino por su ropa, su corte de pelo, sus juguetes y el uso simbólico
del espacio demuestra que los roles de género se aprenden antes de que los
caracteres secundarios nos diferencien y con el objetivo de fijar una lectura
asimétrica y normativa de dichas diferencias. Pero las diferencias existen,
como materialización o como promesa que gravita. La mujer en periodo fértil que
recorre las cuatro fases de su ciclo menstrual es, en cada una de ellas,
consciente de la transitoriedad de su estado, tanto como la mujer transexual
antes, durante o después de su transición, como la niña sin desarrollar que se
mira en su madre -comparta o no sus características cromosomáticas, lo que
incluye a lxs intersexuales que han sido criadxs como mujeres-, y como la madre
que se mira en la abuela, que ya no sangra por motivos distintos por los que
dejan de sangrar las gestantes, que volverán a hacerlo, o con eso cuentan. Es
este eterno estar al borde del cambio, en el precipicio, lo que constituye la
identidad femenina, que ha sido patologizada y medicalizada por una cultura que
define la norma en términos de estabilidad y coherencia. Como dijo Erika
Irusta, no estamos locas, somos cíclicas. La locura es el terreno de la mujer
que no se conoce ni entiende, la mujer que se niega porque niega la radical
diferencia de su experiencia corpórea y la acción feminista no puede, no debe
negarla también. Nuestra supervivencia implica una reinvención de los discursos
que significan nuestra identidad estacionaria y un activismo orientado a
demoler las instituciones que exigen una mutilación del ser para poder estar. Los
sistemas de producción capitalista, las empresas farmacéuticas que diseñan
hormonas sintéticas y lxs ginecólogxs que nos medican desde la adolescencia
para que camuflemos las señales de un cuerpo que se duele por el maltrato sistémico
al que es sometido son lxs principales enemigxs a lxs que nos enfrentamos.
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