LAS DOS VENGANZAS
ES POSIBLE imaginarlos: los
cuatro llevan anteojos negros, el Escalera maneja encorvado sobre el volante, a
su lado está el V aliente Nicolás leyendo Islas Marías, en el asiento trasero,
la mujer mira por la ventanilla y el capitán Bedoya dormita cabeceando.
El coche azul cobalto sube
fatigado la cuesta del Perro. Es una mañana asoleada de enero. No se ve una nube.
El humo de las casas flota sobre el llano. El camino es largo, al principio
recto, pero pasada la cuesta serpentea por la sierra de Güemes, entre los
nopales.
El Escalera detiene el coche en
San Andrés, se da cuenta de que los otros tres se han quedado dormidos, despierta
a la patrona para que pague la gasolina, y entra en la fonda. Almuerza
chicharrones en salsa, frijoles y un huevo. Cuando está tomando la segunda taza
de café entran los otros tres en la fonda, amodorrados. Los mira compasivo: lo
que para él es el principio del día es para los otros el final de la parranda.
Ellos se sientan. El capitán actúa con cautela, le pregunta a la mesera:
-Dígame qué tienen que esté muy
sabroso.
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