UN MENÚ DE INVIERNO
A Winston Churchill le gustaba decir
que el ideograma chino para “crisis” está formado por dos caracteres que, por separado,
significan “peligro” y “oportunidad”.
El invierno obsequia al cocinero
con una combinación parecida de riesgo y casualidad. Tal vez sea el invierno el
responsable de cierto embrutecimiento del paladar nacional británico y de su
consiguiente afición por esas indiscriminadas combinaciones agridulces, o por
los escabeches agresivos y las salsas y los ketchups picantes. Y a hablaremos
más delante de todo esto. Pero el riesgo del invierno radica también, dicho en pocas
palabras, en una excesiva dependencia de las comidas indigestas. Los lectores
del norte de Europa no necesitarán más detalles: el término, el concepto de
comida indigesta, abarca un universo familiar de comida de invernadero que no sirve
para nada, de dañinas grasas saturadas y de carbohidratos repletos de malas
intenciones. (El propio nombre de la Brown Windsor Soup tiene algo de
ocurrencia siniestra.) Es un estilo de cocina que ha alcanzado su apoteosis en
los internados ingleses; y aunque a mí mismo me ahorrasen los horrores de
semejante educación -mis padres, considerando acertadamente que mi naturaleza
era demasiado sutil y sensible, contrataron a toda una serie de profesores
particulares-, guardo un recuerdo muy vívido de un par de visitas que le
hicimos a mi hermano durante su encarcelamiento en varios gulags.
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