Aguirre el magnífico, Manuel Vicent, p. 149
Puesto que Franco había gobernado
España durante treinta y nueve años como un cuartel, llegado el momento su
muerte consistió en entregar su cuchara del rancho al sargento, que en este
caso era el propio Satanás. El dictador se despidió de este mundo con cinco
penas de muerte, que fueron ejecutadas en Hoyo de Manzanares al alba un
septiembre negro en la noche más larga, mientras en la radio sonaba Con un
sorbito de champán, de Los Brincos, y todo el mundo empezaba a creer que
llegaban nuevos tiempos a España. Flanqueado por el brazo incorrupto de Santa
Teresa, por el manto de la Virgen del Pilar y por toda suerte de reliquias,
incluida la sangre sólida de San Pantaleón, su cuerpo formaba la parte menos
interesante de un: circuito de cables adherido a un monitor cibernético. La
habitación de la clínica era a medias un cuadro de la España negra de Solana y
un puesto de control aeroespacial, preparado para un despegue inmediato.
Puertas y rampas.
Antes de ser trasladado al
hospital de La Paz, los progres acudían a El Pardo en peregrinación nocturna a
enterarse de la cuenta atrás, y el próximo fin del dictador era celebrado con
solomillos de choto, de venado, conejos con tomate, platos típicos de los mesones
de El Pardo.
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