En la radio repetían
incansablemente la historia de las canciones de antaño. Boleros y baladas que
habían hecho suspirar a toda una generación, estremecerse a padres y madres,
jóvenes entonces. Muchos se hubieran negado a conducir en una noche como
aquélla. Hacía frío y no había tiempo de parar a dormir, la carga era urgente.
Muchos se echaban atrás frente a los trabajos realmente duros. Debía hacer
revisar la calefacción, estaba fallando. Cambió de emisora. Un haz de luz lo
deslumbró. Los turismos que se aventuraban en una noche como aquélla circulaban
con miedo, tardaban en cambiar el alumbrado, iban despacio. La locutora informó
de la hora, las cinco de la mañana. Era un programa de jazz, los instrumentos seguían
cada uno su camino, pero el conjunto resultaba compacto y animado. El ritmo de
la música se hizo lento, Oyó la voz de una mujer que cantaba en inglés,
arrastrando las sílabas como si se arrastrara ella misma. Pueden pensarse
muchas cosas cuando se está clavado en un asiento durante horas, el volante al
frente y los pies en los pedales. Tanto como los fareros en el faro o los
pastores con las ovejas en el campo. Las inflexiones eran dulces, sensuales. Es
posible desnudar a una mujer sólo con oír el sonido de su voz. Se empieza por
las piernas, los muslos.
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