Dicen que en los momentos de
peligro, hay que unirse, y, por esto, los blancos se unieron. Pero nosotros no
formamos parte del grupo. Las señoras de Jamaica nunca aceptaron a mi n1adre,
debido a que era «muy suya, muy suya”, como decía Christophine.
Era la segunda esposa de mi
padre, muy joven para él, según decían las señoras de Jamaica, y, peor todavía,
procedía de la Martinica. Cuando le pregunté por qué era tan poca la gente que
nos visitaba, me dijo que la carretera que iba desde Spanish Town a Coulibri
Estate, donde vivíamos, era muy mala y que, ahora, la reparación de carreteras había
pasado a la historia. (Mi padre, las visitas, los caballos y sentirse segura en
cama, también habían pasado a la historia.)
Otro día la oí hablar con el
señor Luttrell, nuestro vecino y único amigo:
-Desde luego, también tienen sus
problemas. Todavía esperan la compensación que los ingleses les prometieron cuando
aprobaron la Ley de Emancipación. Algunos esperarán mucho tiempo.
¿Cómo podía saber que el señor
Luttrell sería el primero que se cansaría de esperar? Una tranquila tarde, el señor
Luttrell le pegó un tiro a su perro, se echó al mar y nadó mar adentro, y
desapareció para siempre. De Inglaterra no vino agente alguno a cuidar su finca
-Nelson's Rest se llamaba-, y gentes desconocidas, d e Spanish Town, fueron
allá para chismorrear y comentar la tragedia
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