El coral y las aguas, Juan Eduardo Zúñiga, p. 169
“-Y pensar que nunca nos veremos
libres de esta miseria y allí donde vayamos han de ir con nosotros ... Heridos
o victoriosos, hambrientos bajo cualquier luna y en cualquier país, enfermos o
embriagados, y las cucarachas salen en cuanto cerramos los ojos ... Qué
asquerosos animales incansables. Durante el día pienso en ellos, los presiento
acechando y dispuestos a que te dejes vencer por el cansancio. Qué sucia
compañía la de esos sueños que viven de los restos de la comida, de las ilusiones
desgastadas o del calor de la más querida sangre. Eternos sueños que ensucian
los triunfos y el lecho de amor, hacen turbia la vida, devuelven a los muertos,
borran distancias, tiempos. ¡Oh, sueño, oh, Dios del sueño!, ¿por qué no te apiadas
del que está necesitado de descanso, por qué le persigues con tus máscaras, con
tus presagios, agotándolo con tu actividad? Ah, pasarán años, lograremos el más
preciado oro que ha merecido tantas penalidades y nos veremos rodeados de
cucarachas, ¡maldita vida llena de trabajos y ferocidades, que acabará en esto!
Solo la fuerza bruta, la matanza, no poder hacer nada delicado y tierno sino
esas hazañas que una tras otra he ido cumpliendo como borracho. Cuando las
hacía solo deseaba ser un hombre superior a todos, hacerme héroe, probarme que
mis fuerzas eran las de un hombre, demostrar que era capaz de lo que hacen los
hombres. He mentido mucho, me canso de mentir, y a nadie he dicho que desearía
hacer tareas de mujer, mecer una cuna o tejer esos velos tan finos que el aire
desgarra. Mis manos no servirían ya, no se parecen a las tuyas, tan ágiles y
elegantes, que acarician lo que tocan. Qué bello estabas ahora haciendo ese
trabajo sucio que no te rebaja ni te hace perder dignidad. Se diría que todo
aumenta tu soberbia y te transforma en un dios despreciativo que niega su protección
a quien le adora.
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