-Tu cuerpo rechaza a tu pene,
compadre –decreta el doctor Wagner con su pelo de nibelungo cortado a
tijeretazos, mientras busca muestras por toda la consulta y las va acumulando
en el centro de su escritorio como un soldado que llena su fortaleza de
pertrechos-. Por alguna razón tu sistema inmunológico no reconoce a tu pene como
parte tuya. Lo ataca o, más bien, no lo defiende, deja que actúen contra él
todos los bichos que andan flotando en el aire, lo que todo el mundo tiene
cerca pero que en ti florece y te peljudica. ¿Tú sabes cuántos gérmenes
microscópicos hay en este dedo? Miles, millones, trillones. El universo es de
los microorganismos. Sin ellos no seríamos nada, compadre. El pan, el queso, el
vino, la levadura, todos los licores son eso, hongos microscópicos que lo
descomponen todo; no habría civilización sin esporas, la cultura no es más que
cultivos. El tiempo lo pudre todo, se come la Madera, la roca, para qué decir la piel, los huesos,
la caspa, somos como los lagartos que cambian de piel. ¿Me estás entendiendo,
compadre, o estoy hablando en chino? A ver, compadre, a ver, para que me
entiendas, lo tuyo es como un computador que manda señales equivocadas al
computador central. Es como si de repente Marte se saliera del sistema solar o
como si decidiéramos que Coquimbo ya no es parte de Chile.
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