En el extranjero hubo conatos de
incendiar algunas embajadas españolas y en el bulevar de Saint Germain de París
se realizó una gran manifestación de protesta contra el juicio de Grimau, que
había comenzado a celebrarse en los juzgados militares del barrio de Campamento
el 18 de abril de 1963, y entre la multitud aparecía tres filas detrás de la
pancarta la pipa de Jean-Paul Sartre y no muy lejos de este intelectual comprometido
iba una joven brasileña que se llamaba Solange, según vi después en un recorte
del periódico Le Fígaro, que ella trajo a Madrid en el bolso.
Mientras se celebraba el juicio
contra Julián Grimau ardía la Feria de Abril en Sevilla y Jesús Aguirre, que
estaba muy lejos todavía de imaginar que un día sería un personaje ducal en la
barrera de la Maestranza con un nardo en la solapa, ahora se veía obligado a
apearse de las esferas celestes y ensuciarse las manos con la realidad. ¿El
famoso compromiso del marxismo podía remediarse con una misa? Después del
juicio sumario por supuestos crímenes cometidos ya prescritos sólo cabía
esperar que Franco conmutara la pena de muerte a la que había sido condenado el reo sin deliberación del
tribunal. “Que pase la viuda del acusado”, se decía en estos casos.
Al mismo tiempo que sucedía esta
tragedia política Berlanga estaba rodando la película El verdugo, con guión de
Rafael Azcona. En este alegato contra la pena de muerte el encargado de
ejecutar la sentencia tiene que ser arrastrado a la fuerza hasta los palitroques
del garrote por los funcionarios de prisiones al negarse a cumplir con su
oficio. Cuando se estrenó esta película Julián Grimau acababa de ser ejecutado
y también en su caso, como una premonición de arte, hubo una resistencia por
parte del pelotón de fusilamiento. En teoría le correspondía a la Guardia Civil
apretar el gatillo, pero su director alegó que sólo tenía la responsabilidad de
custodiar al reo. Por su parte, el capitán general se negó a que fuera ejecutado
por militares de carrera. Fue el propio dictador quien dio la orden de que a
Julián Grimau lo fusilara un pelotón de soldados de reemplazo que, sin experiencia,
al parecer, según los testigos, tuvieron que disparar hasta veintisiete balas
sin acertar mortalmente con ninguna y hubo de ser el teniente el que rematara al
reo con un tiro de gracia en la nuca. Este militar acabó años más tarde en un
psiquiátrico al no lograr disolver este crimen en su conciencia.
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