Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CUANTO AMOR


El aliado, Iván Repila, p. 84
-Qué bonito es lo que haces, mamá -le digo.
Ella me mira con las rodillas todavía en el suelo, desde abajo. Yo me siento en una silla.
-Qué bonito el qué.
Espero hacerlo bien.
-Todo esto. Cuidar de Arturo. Cuidar de todos nosotros, en realidad. Aprovechar tu vida para lo importante, entretenernos, alimentarnos. Cuando yo era niño, ay ...
No. No te pongas nostálgico. Busca otra manera.
-Quiero decir que no me imagino un trabajo más satisfactorio que el tuyo. Que el vuestro, el de las mujeres. Vernos crecer desde la cuna, ver cómo aprendemos a hablar, a caminar, incluso a saltar de sofá en sofá, como Arturo. Ver cómo nos hacemos mayores, lentamente, día tras día, año tras año. Imagino que a veces puede suponer un pequeño sacrificio, no lo sé, dormir poco, no tener tiempo apenas para nada que no sea mantener la casa en orden. Pero la casa es el hogar, y el hogar es el centro de la vida, de la familia. Creo que os tenemos envidia.
Se incorpora.
-¿Que nos tenéis envidia? ¿Quiénes?
-Nosotros. Ya sabes, los hombres. Nosotros no podríamos hacer lo que hacéis vosotras. No lo llevamos en la sangre. El cuerpo siempre nos pide estar por ahí, a lo loco, con los amigos. Somos unos salvajes. Por eso os admiramos. Por eso os queremos a todas. ¿No has oído nunca a un hombre decir «a mí me gustan todas las mujeres”? Pues claro, cómo no. Sois capaces de llevar a un niño dentro durante nueve meses, y de dar a luz, y de cuidarlo durante toda su vida. Eso es algo maravilloso, que no puedo ni imaginar. Y todo lo que viene después: los pañales, el colegio, el parque ... Entregáis vuestra vida para dar la vida a otro. ¿Qué puede haber mejor que eso?
Abre la boca como para decir algo. No se lo permito.
-Y qué decir de los abuelos. También a ellos los cuidáis. Recuerdo los últimos años del yayo, cuando ya no podía andar y se lo hacía todo encima. Ahí estabas tú, cada día, lavándolo, cambiándole el pañal, haciéndole la comida. Y luego volvías a todo correr a casa para hacernos la comida a nosotros y a papá, que estábamos muy poco tiempo y nos marchábamos; y por la noche, cuando volvíamos, todo estaba recogido y la cena lista. Qué increíble capacidad de entrega, cuánto amor. De verdad: cuánto amor.

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