Serotonina, Michel Houellebecq, p. 33
Francisco Franco,
independientemente de otros aspectos a veces objetables de su acción política,
podía ser considerado el verdadero inventor a escala mundial del turismo de
lugares con encanto, pero su obra no se detenía ahí, ese espíritu universal
sentaría más adelante las bases de un auténtico turismo de masas (¡pensemos en
Benidorm!, ¡pensemos en Torremolinos!, ¿existía en el mundo, en los años
sesenta, algo comparable?), Francisco Franco era en realidad un auténtico gigante
del turismo, y es con esta vara con la que acabaría siendo valorado, cosa que
ya empezaban a hacer algunas escuelas de hostelería suizas, y, de un modo más
general, en el plano económico el franquismo había sido recientemente objeto de
estudios interesantes en Harvard y Yale, que mostraban cómo el caudillo,
presintiendo que España nunca llegaría a subirse al tren de la revolución
industrial que, preciso es decirlo, había perdido totalmente, había tenido la
audacia de quemar las etapas invirtiendo en la tercera fase, en la fase final de
la economía europea, la del sector terciario, el turismo y los servicios, dando
así a su país una ventaja competitiva decisiva en el momento en que los
asalariados de los nuevos países industriales, al acceder a un poder
adquisitivo más alto, deseasen utilizarlo en Europa, ya en el turismo de
lugares con encanto, ya en el de masas, de acuerdo con su posición social, aunque
por el momento no había ningún chino en el parador de Chinchón, un par de
universitarios ingleses de lo más corrientes aguardaban su turno detrás de
nosotros, pero los chinos llegarían, vaya que si llegarían, no me cabía la
menor duda a este respecto, quizá lo único que había que hacer era simplificar
las formalidades en la recepción, las cosas habían Cambiado, se tenga el
respeto que se tenga y se deba tener por obra turística del caudillo, era poco
probable que ahora espías llegados del frío pensaran en infiltrarse en las
huestes inocentes los turistas normales; los espías llegados del frío a su vez se
habían convertido en turistas ordinarios, a semejanza de su jefe, Vladímir Putin,
el primero de ellos.
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