Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA CONSTRUCCION DE LA MURALLA CHINA

Iluminaciones, Walter Benjamin, p. 147
Comenzaré con una pequeña narración extraída de la obra que lleva el título de esta conferencia y que pondrá de manifiesto dos cosas: la magnitud de este escritor y la dificultad de articular sobre ella un testimonio coherente. Kafka simula contar una fábula china; la historia dice así:
Se cuenta que el emperador te ha mandado a ti, un pobre individuo, un lamentable súbdito, una diminuta sombra escondiéndose del sol imperial en la más lejana de las lejanías, a ti precisamente, un mensaje desde su lecho de muerte. Mandó que se arrodillase un mensajero junto a la cama y le susurró el mensaje al oído; tanto le importaba que se lo hizo repetir luego a su oído. Con movimientos de cabeza fue corroborando la exactitud de lo dicho. Y, ante todos los espectadores de su muerte -pues las paredes que impedían la vista de su alcoba habían sido derribadas y en las anchas escalinatas que serpenteaban hacia lo alto se hallaban reunidos todos los grandes del reino--, ante todos ellos, despachó al mensajero. Este se puso enseguida en camino: un hombre fuerte, incansable; lanzando hacia delante ahora un brazo, luego el otro, se va abriendo paso entre la multitud; si encuentra resistencia, muestra sobre su pecho el signo del sol; avanza con más facilidad que nadie. Pero la multitud es incalculable; y los aposentos no tienen fin. Si saliese al campo libre, cómo volaría y qué pronto oirías en tu puerta la espléndida llamada de sus puños. En lugar de ello, se consume en un esfuerzo inútil. Todavía se está abriendo paso por las más recónditas estancias del palacio; nunca llegará más allá; y, si lo consiguiera, nada se ganaría con ello; tendría que seguir abriéndose paso por las escaleras; y, aunque lo consiguiera, tampoco se habría ganado nada; tendría entonces que habérselas con los patios; y, tras los patios, el segundo palacio circundante; y otra vez escaleras y patios; y otra vez un palacio; y así a lo largo de milenios; y, si por fin se precipitara al exterior por el portón más externo –cosa que nunca, nunca sucederá-, se encontraría en primer lugar con la capital del imperio, sede de la corte, centro del mundo, repleta hasta los topes de sus propios desechos. Nadie puede atravesar eso y menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana y sueñas con él cuando cae la tarde.

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