El reino, Gonçalo M. Tavares, p. 93
No estoy constatando un hecho
bueno, decía, sino tan sólo un hecho. Me atrevería incluso a decir que es un
hecho malo, un hecho negativo para una sociedad que aspira a ser justa, pues la
justicia empezará por la igualdad en el acceso a la vida y a la muerte o, en
este caso, en la igualdad de facilidades que la muerte tiene para llegar a
cualquier cuerpo. Claro que ellos tienen tantos hijos, decía Leo Vast siempre
en el mismo tono, ellos tienen tantos hijos que, en cierto sentido, esa
facilidad que tienen también para morir es una compensación natural llegada del
otro lado. Digamos que la guerra es una herramienta para mantener más o menos
equilibrada la proporción de pobres y ricos, decía. Tras un largo periodo de
paz, en el que los pobres procrean a un ritmo cuatro o cinco veces superior al
de los ricos, que son avaros hasta en el reparto de sus genes, es decir, tras
un periodo en el que la estructura del mundo deja que los pobres aumenten su
masa de un modo brutal, surge una guerra, llegada de no se sabe dónde, para
restablecer de nuevo una relación cuantitativamente tolerable entre el pueblo y
las élites. Y es que, pese a todo, el dinero tiene sus límites frente a la
fuerza física, y si los adversarios se van multiplicando la competición puede entrar
en una pendiente irreversible que conduzca a nuestra derrota. Y que me perdonen
los pobres y las viudas, decía Leo Vast divertido, pero a nadie, a nadie en
absoluto le gusta perder. Ni siquiera a los ricos.
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