Serotonina, Houellebecq, p. 270
Hacía mucho tiempo que tenía el
proyecto de leer La montaña mágica, de
Thomas Mann, intuía que era un libro fúnebre, pero al fin y al cabo convenía a
mi situación, era sin duda el momento. Así que me zambullí en su lectura, al
principio con admiración, después con una creciente reserva. Aunque su
extensión y sus ambiciones eran mucho más grandes, el sentido último de la obra
era en el fondo idéntico al de Muerte en Venecia. Al igual que ese viejo
imbécil de Goethe (el humanista alemán de tendencia mediterránea, uno de los viejos chochos más siniestros de la literatura
mundial), al igual que el héroe de La montaña mágica, Aschenbach (mucho más simpático,
con todo), Thomas Mann, el propio Thomas Mann, y esto era sumamente grave,
había sido incapaz de huir de la fascinación de la juventud y la belleza, que
al final había situado por encima de todo, por encima de todas las cualidades intelectuales
y morales, y a las cuales, a fin de cuentas, él también, sin la menor
contención, se había entregado abyectamente. Así pues, toda la cultura mundial
no servía para nada, toda la cultura del mundo no aportaba ningún beneficio
moral ni ventaja alguna, puesto que por los mismos años, exactamente en los
mismos años, Marcel Proust, al final de El tiempo recobrado, concluía con
notable franqueza que no solo las relaciones mundanas, sino incluso las relaciones de
amistad, eran incapaces de ofrecer nada sustancial, eran pura y simplemente una
pérdida de tiempo, y que el escritor, contrariamente a lo que cree todo el
mundo, no necesitaba en absoluto conversaciones intelectuales, sino “amores
ligeros con muchachas en flor”. En este estadio de la argumentación, me importa
mucho sustituir «muchachas en flor» por «jóvenes coños húmedos»; esto
contribuirá, me parece, a clarificar el debate sin detrimento de su poesía
(¿qué hay más bonito, más poético, que un coño que empieza a humedecerse? Pido
que lo piensen seriamente antes de responderme. ¿Una polla que inicia su
ascensión vertical? Cabría sostenerlo. Todo depende, como muchas otras cosas en
este mundo, del punto de vista sexual
que se adopte).
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