El escándalo del siglo, GG Márquez, p. 282
ALGO MÁS SOBRE LITERATURA Y REALIDAD
Un problema muy serio que nuestra realidad desmesurada plantea
a la literatura es el de la insuficiencia de las palabras. Cuando nosotros
hablamos de un río, lo más lejos que puede llegar un lector europeo es a
imaginarse algo tan grande como el Danubio, que tiene 2. 790 kilómetros. Es
dificil que se imagine, si no se le describe, la realidad del Amazonas, que
tiene 5.500 kilómetros de longitud. Frente a Belén del Pará no se alcanza a ver
la otra orilla, y es más ancho que el mar Báltico. Cuando nosotros escribimos
la palabra «tempestad», los europeos piensan en relámpagos y truenos, pero no
es facil que estén concibiendo el mismo fenómeno que nosotros queremos representar.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la palabra «lluvia”. En la cordillera de los
Andes, según la descripción que hizo para los franceses otro francés llamado
Javier Marimier, hay tempestades que pueden durar hasta cinco meses. “Quienes
no hayan visto esas tormentas -dice-, no
podrán formarse una idea de la violencia con que se desarrollan. Durante horas
enteras los relámpagos se suceden rápidamente a manera de cascadas de sangre y
la atmósfera tiembla bajo la sacudida continua de los truenos, cuyos estampidos
repercuten en la inmensidad de la montaña.” La descripción está muy lejos de
ser una obra maestra, pero bastaría para estremecer de horror al europeo menos
crédulo.
De modo que sería necesario crear todo un sistema de palabras
nuevas para el tamaño de nuestra realidad. Los ejemplos de esa necesidad son
interminables. E W. Up de Graff, un explorador holandés que recorrió el alto
Amazonas a principios de siglo, dice que encontró un arroyo de agua hirviendo donde
se hacían huevos duros en cinco minutos, y que había pasado por una región
donde no se podia hablar en voz alta porque se desataban aguaceros
torrenciales. En algún lugar de la costa caribe de Colombia, yo vi a un hombre
rezar una oración secreta frente a una vaca que tenía gusanos en la oreja, y vi
caer los gusanos muertos mientras transcurría la oración. Aquel hombre
aseguraba que podia hacer la misma cura a distancia, siempre que le hicieran la
descripción del animal y le indicaran el lugar en que se encontraba. El 8 de
mayo de 1902, el volcán Mont Pelée, en la isla Martinica, destruyó en pocos
minutos el puerto de Saint-Pierre y mató y sepultó en lava a la totalidad de
sus 30.000 habitantes. Salvo uno: Ludger Sylvaris, el único preso de la
población, que fue protegido por la estructura invulnerable de la celda
individual que le habían construido para que no pudiera escapar.
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