Serotonina, Michel Houellebecq, p. 58
El hombre, en principio, es más
reservado, admira y respeta ese desenfreno emocional sin comprenderlo
plenamente, le parece extraño complicar tanto las cosas. Pero poco a poco se transforma,
poco a poco es absorbido por el vórtice de pasión y de placer creado por la
mujer, más exactamente reconoce la voluntad de la mujer, su voluntad
incondicional y pura, y comprende que esta voluntad, aunque la mujer exige el
homenaje de las penetraciones vaginales frecuentes y de preferencia cotidianas,
pues son la condición normal para que se manifiesten, es una voluntad en sí
absolutamente buena en la que el falo, centro de su ser, cambia de estatuto
porque se convierte asimismo en la condición de que sea posible manifestar el
amor, ya que el hombre apenas dispone de otros medios, y merced a este curioso
desvío la felicidad del falo pasa a ser un fin en sí mismo para la mujer, un
fin que no tolera casi restricciones en cuanto a los medios empleados. Poco a
poco, el inmenso placer que procura la mujer modifica al hombre, que le otorga
agradecimiento y admiración, su visión del mundo se ve transformada, de manera
imprevista accede a la dimensión kantiana del respeto, y poco a poco llega a
contemplar el mundo de otra forma, la vida sin una mujer (e incluso,
precisamente, sin esa mujer que le proporciona tanto placer) se vuelve
realmente imposible y se asemeja a la caricatura de una vida; en este momento,
el hombre empieza en verdad a amar. El amor en el hombre es, por tanto, un fin,
una realización y no, como en la mujer, un comienzo, un nacimiento; he aquí lo
que se debe considerar.
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