El reino, Gonçalo M. Tavares, p. 23
Quien escucha podrá acumular
conocimientos, pero esa acumulación no luchará contra la naturaleza. Ésta resiste
bien a la inteligencia, al razonamiento y a la memoria del hombre: todas estas
cualidades intelectuales son asuntos que conciernen exclusivamente al mundo de
la ciudad, y lo que amenaza la naturaleza son las acciones: momentos en que los
humanos abandonan la audición, e incluso el lenguaje del discurso, y pasan a
querer hablar con el sentido del tacto, el único que puede alterar las cosas.
Si los hombres, manteniendo su inteligencia incorrupta, fueran seres inmóviles,
incapaces del menor movimiento, seguirían siendo menos poderosos que un solo
metro cuadrado de tierra espontáneo. Quizá hubieran alcanzado un gran
perfeccionamiento en el campo del pensamiento abstracto, matemático y lógico,
pero no dejarían de ser una especie secundaria frente a las demás: las
poseedoras de movimiento. Hasta el chucho más miserable se mearía en los pies
de un hombre sumamente inteligente pero inmóvil. Si de pronto, en una hipótesis
totalmente absurda, todos los humanos sufrieran un accidente como Clako, la
especie humana desaparecería rápidamente en una generación. En una única
generación desaparecerían, pues, la matemática y la lógica del mundo. Y la
geometría. Y la literatura.
Si la matemática fuese realmente
tan divina y universal, ¿cómo concebir que la eliminación de una única especie –el
Hombre-, entre los miles de millones de especies existentes, pudiese eliminar
por completo esa lógica de los números de la faz del planeta? Si lo que se
encuentra diseminado entre más seres de la naturaleza recibe el nombre de
divino, entonces divino es el movimiento y la capacidad de procreación; y la
matemática, tan sólo la especialidad de una minoría.
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