Cuentos completos, Roberto Bolaño, p. 475
Dos cuentos católicos
l. LA VOCACIÓN
1. Tenía diecisiete años y mis
días, quiero decir todos mis días, uno detrás de otro, eran un temblor
constante. Nada me entretenía, nada vaciaba la angustia que se acumulaba en mi
pecho. Vivía como un actor imprevisto dentro del ciclo iconográfico del
martirio de san Vicente. ¡San Vicente, diácono del obispo Valero y torturado por
el gobernador Daciano en el año 304, ten piedad de mí! 2. A veces hablaba con
Juanito. No, a veces no. A menudo. Nos sentábamos en los sillones de su casa y
hablábamos de cine. A Juanito le gustaba Gary Cooper. Decía: La apostura, la
templanza, la limpieza de alma, el valor. ¿Templanza? ¿Valor? Le hubiera
escupido a la cara lo que se ocultaba tras sus certezas, pero prefería enterrar
las uñas en el reposa brazos y morderme los labios cuando él no me miraba e
incluso cerrar los párpados y hacer como que meditaba sus palabras. Pero yo no
meditaba. Al contrario: se me aparecían, bajo la forma de un carrusel, las
imágenes del martirio de san Vicente. 3. Primero: atado a un aspa de madera, es
descoyuntado mientras le desgarran la carne con garfios. Y luego: sometido al tormento del fuego en una parrilla
sobre brasas. Y luego: preso en una mazmorra cuyo suelo está cubierto de
cascotes de vidrio y de cerámica. Y luego: el cadáver del mártir, abandonado en
lugar desierto, es defendido por un cuervo contra la voracidad de un lobo. Y
luego: desde una barca es arrojado su cuerpo al mar con una rueda de molino
atada al cuello. Y luego: el cuerpo es devuelto por las olas a la costa y allí
piadosamente enterrado por una matrona y
otros cristianos.
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