Babel contra Babel, RS Ferlosio, p. 17
Cuentan que Napoleón, en no me
acuerdo ahora qué batalla, al ver la gran cantidad de muertos propios que
yacían en el campo –“el alto precio que había habido que pagar por la victoria”,
como hoy suele decirse-, se despachó con este comentario: “Todo esto lo remedia
una noche de París”. Su inmenso amor a Francia comportaba que para él los
franceses no contasen más que como sumandos en el censo; mientras se mantuviese
el índice de productividad genética preciso para suplir las bajas y cubrir las
vacantes, todo -o sea, Francia- seguía marchando bien. Pero así Francia, en
realidad, venia a convertirse justamente en enemiga mortal de los franceses, al erigirse
en algo respecto de lo cual se había de dar por reparado en cada nuevo
nacimiento lo para siempre irreparable de cada muerte singular, al igual que en
el empedrado de las calles el adoquín gastado se reemplaza enseguida con el nuevo,
sacrificando, en fin, en el altar del ídolo la insustituibilidad de cada vida
humana y su recuerdo. Mucho más tarde, Mao, más generoso de carne china viva de
cuanto hambrienta de ella llegara a serlo jamás la tierra misma del sísmico país,
se declaraba dispuesto a hacer ofrenda de hasta trescientos millones de
habitantes para perpetuación de su Celeste Imperio.
¿Qué era, pues, China si podía
sobrevivir incluso al hecho de que cada chino viese morir a otro junto a sí?
Después Sadat dijo que Egipto estaba dispuesto a sacrificar hasta un millón de
egipcios para recuperar el canal de Suez y el Sinaí; de modo que Galtieri tenia
ya precursores cuando ofertó sus cuarenta mil muertos por la soberanía de las
Malvinas.
Una Humanidad que sobrevive y que
se perpetúa siempre a costa de hacer o padecer cada vez más atroces
inhumanidades y de ir haciendo a los hombres cada vez más inhumanos no entiendo
que pueda querer ser conservada por otro mérito alguno que el de ser una
interesante, aunque desagradable, curiosidad zoológica. “Nosotros no
pretenderíamos nunca -decía Juan de Mairena- educar a las masas. A las masas
que las parta un rayo. Nos dirigiríamos al hombre, que es lo único que nos
interesa ... “ A imagen Y semejanza de esas masas de que hablaba Mairena está formada
la noción de Humanidad, cuya extinción o desaparición se teme hoy tanto; pues
si las masas, como se ha dicho con acierto, son un invento de la ametralladora,
puede decirse que la Humanidad es, a su vez, un invento de la bomba
termonuclear. Yo, que voy, por desgracia, con mi tiempo, al menos en tener más
mala lengua que el discreto Mairena, no puedo ahora por menos que parafrasear,
recalentado, su templado exabrupto, para aplicárselo a la Humanidad, con
parejos sentimientos: a la Humanidad, a la especie, que la den por saco.
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