El escándalo del siglo, GGMárquez
Todos los años, por estos días,
un fantasma inquieta a los escritores grandes: el Premio Nobel de Literatura.
Jorge Luis Borges, que es uno de los más grandes y también uno de los
candídatos más asiduos, protestó alguna vez en una entrevista de prensa por los
dos meses de ansiedad a que lo someten los augures. Es inevitable: Borges es el
escritor de más altos méritos artísticos
en lengua castellana, y no pueden pretender que lo excluyan, sólo por piedad,
de los pronósticos anuales. Lo malo es que el resultado final no depende del
derecho propio del candidato, y ni siquiera de la justicia de los dioses, sino
de la voluntad inescrutable de los miembros de la Academia Sueca.
La versión más corriente entre
escritores y críticos es que los académicos suecos se ponen de acuerdo en mayo,
cuando se empieza a fundir la nieve, y estudian la obra de los pocos finalistas
durante el calor del verano. En octubre, todavía tostados por los soles del
sur, emiten su veredicto. Otra versión pretende que Jorge Luis Borges era ya el
elegido en mayo de 197 6, pero no lo fue en la votación final de noviembre. En
realidad, el premiado de aquel año fue el magnífico y deprimente Saul Bellow,
elegido deprisa a última hora, a pesar de que los otros premiados en las
dístintas materias eran también norteamericanos.
Lo cierto es que el22 de
septiembre de aquel año -un mes antes de la votación-, Borges había hecho algo
que no tenía nada que ver con su literatura magistral: visitó en audiencia solemne
al general Augusto Pinochet. «Es un honor inmerecido ser recibido por usted,
señor presidente», dijo en su desdichado discurso. “En Argentina, Chile y
Uruguay se están salvando la libertad y el orden”, prosiguió, sin que nadie se
lo preguntara. Y concluyó impasible: “Ello ocurre en un continente anarquizado
y socavado por el comunismo”. Era fácil pensar que tantas barbaridades
sucesivas sólo eran posibles para tomarle el pelo a Pinochet. Pero los suecos
no entienden el sentido del humor porteño. Desde entonces, el nombre de Borges
había desaparecido de los pronósticos. Ahora, al cabo de una penitencia
injusta, ha vuelto a aparecer, y nada nos gustaría tanto a quienes somos al
mismo tiempo sus lectores insaciables y sus adversarios políticos que saberlo
por fin liberado de su ansiedad anual.
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