Entre paréntesis, Roberto Bolaño, p. 53
Volví a Chile a los veinte años,
a hacer la Revolución, con tan mala fortuna que a los pocos días de llegar a
Santiago ocurrió el golpe de Estado y los militares se hicieron con el poder. Mi
viaje fue largo y algunas veces he pensado que si me hubiera demorado más en
Honduras, por ejemplo, o al coger el barco en Panamá, el golpe de Estado me
habría pillado antes de arribar a Chile y mi destino hubiera sido otro.
De todas maneras, y pese a las
desgracias colectivas y a las pequeñas desgracias personales, recuerdo los días
posteriores al golpe como días plenos, llenos de energía, llenos de erotismo, días
y noches en los cuales todo podía suceder. No desearía, en modo alguno, que mi
hijo tuviera que vivir unos veinte años como los que viví yo, pero también debo
reconocer que mis veinte años fueron inolvidables. La experiencia del amor, del
humor negro, de la amistad, de la prisión y del peligro de muerte se
condensaron en menos de cinco meses interminables, que viví deslumbrado y
aprisa. Durante ese tiempo, en lo que a la literatura respecta, sólo escribí un
poema, no malo como los que solía escribir entonces, sino malísimo. Pasados esos
cinco meses volví a salir de Chile y nunca más he vuelto. Ahí empieza el exilio
o lo que se suele conocer como exilio, aunque la verdad es que yo no lo sentí
así.
En ocasiones el exilio se reduce
a que los chilenos me digan que hablo como un español, los mexicanos me digan
que hablo como un chileno y los españoles me digan que hablo como un argentino:
una cuestión de acento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario