El escándalo del sigo, GG Márquez, p. 211
Antes del mediodía aterrizamos
entre las mansiones babilónicas de los ricos más ricos de La Habana: en el aeropuerto
de Campo Columbia, luego bautizado con el nombre de Ciudad Libertad, la antigua
fortaleza batistiana donde pocos días antes había acampado Camilo Cienfuegos
con su columna de guajiros atónitos. La primera impresión fue más bien de
comedia, pues salieron a recibirnos los miembros de la antigua aviación militar
que a última hora se habían pasado a la Revolución y estaban concentrados en
sus cuarteles mientras la barba les crecía bastante para parecer
revolucionarios antiguos.
Para quienes habíamos vivido en
Caracas todo el año anterior, no era una novedad la atmósfera febril y el
desorden creador de La Habana a principios de 1959. Pero había una diferencia:
en Venezuela una insurrección urbana promovida por una alianza de partidos
antagónicos, y con el apoyo de un sector amplio de las Fuerzas Armadas, había
derribado a una camarilla despótica, mientras en Cuba había sido una avalancha rural
la que había derrotado, en una guerra larga y difícil, a unas Fuerzas Armadas a
sueldo que cumplían las funciones de un ejército de ocupación. Era una
distinción de fondo, que tal vez contribuyó a definir el futuro divergente de
los dos países, y que en aquel espléndido mediodía de enero se notaba a primera
vista.
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