El escándalo del siglo, GGMárquez, p. 206
La única consigna que se impartió
a la población fue que a las doce del día del 23 de enero de 1958 se hiciera
sonar el claxon de los automóviles, que se interrumpiera el trabajo y se
saliera a la calle a derribar la dictadura. Aun desde la redacción de una
revista bien informada, muchos de cuyos miembros estaban comprometidos en la
conspiración, aquélla parecía una consigna infantil. Sin embargo, a la hora
solicitada, estalló un inmenso clamor de bocinas unánimes, se hizo un
embotellamiento descomunal en una ciudad donde ya entonces los embotellamientos
del tránsito eran legendarios, y numerosos grupos de universitarios y obreros
se echaron a las calles para enfrentarse con piedras y botellas contra las
fuerzas del régimen. De los cerros vecinos, tapizados de ranchos de colores que
parecían pesebres de Navidad, descendió una arrasadora marabunta de pobres que
convirtió a la ciudad entera en un campo de batalla. Al anochecer, en medio de
los tiroteos dispersos y los aullidos de las ambulancias, circuló un rumor de
alivio por la redacción de los periódicos: la familia de Pérez Jiménez
escondida en tanques de guerra se había asilado en una embajada. Poco antes del
amanecer se hizo un silencio abrupto en el cielo, y luego estalló un grito de
muchedumbres desaforadas y se desataron las campanas de las iglesias y las
sirenas de las fabricas y las bocinas de los automóviles, y por todas las
ventanas salió un chorro de canciones criollas que se prolongó casi sin pausas durante
dos años de falsas ilusiones. Pérez Jiménez se había fugado de su trono de
rapiña con sus cómplices más cercanos, y volaba en un avión militar hacia Santo
Domingo. El avión había estado desde el mediodía con los motores calientes en el
aeropuerto de La Carlota, a pocos kilómetros del palacio presidencial de
Miraflores, pero a nadie se le había ocurrido arrimarle una escalerilla cuando
llegó el dictador fugitivo acosado de cerca por una patrulla de taxis que no lo
alcanzaron por muy pocos minutos. Pérez Jiménez, que parecía un nene grandote
con lentes de carey, fue izado a duras penas con una cuerda hasta la cabina del
avión, y en la dispendiosa maniobra olvidó en tierra su maletín de mano. Era un
maletín ordinario, de cuero negro, donde llevaba el dinero que había ocultado
para sus gastos de bolsillo: trece millones de dólares en billetes.
Desde entonces y durante todo el
año de 1958, Venezuela fue el país más libre de todo el mundo.
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