El escándalo del sigo, GG Márquez, p. 211
COMO ÁNIMAS EN PENA
Hace ya muchos años que oí contar por primera vez la
historia del viejo jardinero que se suicidó en Finca Vigía, la hermosa casa
entre grandes árboles, en un suburbio de La Habana, donde pasaba la mayor parte
de su tiempo el escritor Ernest Hemingway. Desde entonces la seguí oyendo
muchas veces en numerosas versiones. Según la más corriente, el jardinero tomó
la determinación extrema después de que el escritor decidió licenciarlo, porque
se empeñaba en podar los árboles contra su voluntad. Se esperaba que en sus
memorias, si las escribía, o en uno cualquiera de sus escritos póstumos, Hemingway
contara la versión real. Pero, al parecer, no lo hizo.
Todas las variaciones coinciden en que el jardinero, que lo había
sido desde antes de que el escritor comprara la casa, desapareció de pronto sin
explicación alguna. Al cabo de cuatro días, por las señales inequívocas de las
aves de rapiña, descubrieron el cadáver en el fondo de un pozo artificial que abastecía
de agua potable a Hemingway y a su esposa de entonces, la bella Martha Gelhorm.
Sin embargo, el escritor cubano Norberto Fuentes, que ha hecho un escrutinio
minucioso de la vida de Hemingway en La Habana, publicó hace poco otra versión
diferente y tal vez mejor fundada de aquella muerte tan controvertida. Se la
contó el antiguo mayordomo de la casa, y de acuerdo con ella, el pozo del
muerto no suministraba agua para beber, sino para nadar en la piscina. Y a
ésta, según contó el mayordomo, le echaban con frecuencia pastillas
desinfectantes, aunque tal vez no tantas para desinfectarla de un muerto
entero. En todo caso, la última versión desmiente la más antigua, que era
también la más literaria, y según la cual los esposos Hemingway habían tomado el
agua del ahogado durante tres días. Dicen que el escritor había dicho: “La
única diferencia que notamos era que el agua se había vuelto más dulce”.
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