Alrededor de la tumba, en el
ruinoso cementerio, estaban algunos de sus antiguos colegas publicitarios de
Nueva York, que recordaron su energía y su originalidad y le dijeron a su hija,
Nancy, que trabajar con él había sido un gran placer. Varios de los presentes
habían viajado desde Starfish Beach, el complejo residencial para jubilados en la
costa de Jersey donde él había vivido desde la festividad de Acción de Gracias
de 2001; eran los ancianos a los que recientemente había dado clases de
pintura. Y estaban sus dos hijos, Randy y Lonny, hombres de mediana edad
nacidos de su turbulento primer matrimonio que, muy apegados a su madre, poco
sabían de él que fuese digno de elogio y mucho de espantoso, y que habían
acudido tan solo por sentido del deber. Su hermano mayor, Howie, y su cuñada
habían viajado en avión desde Calífornia la noche anterior, y también estaba
presente una de sus tres ex esposas, la de en medio, la madre de Nancy, Phoebe,
una mujer alta, muy delgada y canosa, cuyo brazo derecho le pendía flácido al
costado. Cuando Nancy le preguntó si quería decir algo, Phoebe sacudió
tímidamente la cabeza, pero de todos modos habló en voz queda, con cierta
dificultad.
-Cuesta tanto de creer ... Sigo
pensando en él nadando en la bahía ... eso es todo. Sigo viéndolo cruzando a nado
la bahía.
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