ERNST Y MYLIA
Ernst Spengler estaba solo en su
buhardilla con la ventana ya abierta, listo para tirarse, cuando de pronto sonó
el teléfono. U na vez, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve,
diez, once, doce, trece, catorce, Ernst lo cogió.
Mylia vivía en la primera planta
del número 77 de la calle Moltke. Sentada en una incómoda silla, pensaba en las
palabras fundamentales de su vida. Dolor, pensó, dolor era una palabra
esencial.
La habían operado una vez, y
luego otra, cuatro veces la habían operado. Y ahora esto. Aquel ruido en el
centro del cuerpo, en el meollo. Estar enfermo era una forma de ejercitar la
resistencia al dolor o la voluntad de acercarse a un dios cualquiera. Mylia
murmuró:
-La iglesia está cerrada de
noche.
Cuatro de la mañana del dia 29 de
mayo, y Mylia no logra dormir. El dolor constante procedente del estómago, o
tal vez de más abajo, ¿de dónde viene exactamente este dolor tan ancho, que no pertenece a un solo punto? Quizá
de la parte inferior del estómago, del vientre. Lo cierto es que eran las
cuatro de la mañana y aún no había descansado ni un minuto. ¿Cerrar los ojos
cuando se teme morir?
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