La forja de un plumífero, Ferlosio
Tras escribir El Jarama -entre octubre de 1954 y marzo de
1955-, agarré la Teoría del lenguaje, de Karl Bühler, y me sumergí en la
gramática y en la anfetamina. Cuando un clérigo da lugar a algún escándalo, la
discretísima Iglesia católica, experta en tales trances, lo retira rápidamente
de la circulación, y al que pregunta por él, tras haber advertido su ausencia,
se le contesta indefectiblemente: «Oh, el padre Ramoneda se ha recogido para dedicarse
a altos estudios eclesiásticos»; a mí no me hizo falta ningún obispo que me
retirase, sino que me bastó con el inmenso genio de Karl Bühler y la
irresistible sugestión teórica y expositiva de su obra -y quizá algo de horror
o repugnancia por el grotesco papelón del literato que, tras el éxito de El
Jarama, se cernía como un cuervo sobre mi cabeza- para retirarme de la
circulación y consagrarme a “altos (o bajos) estudios gramaticales” durante
quince años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario