Altos estudios eclesiásticos, Sánchez Ferlosio, p. 27
Y así, por todas partes se
observan los efectos de semejante proceder: junto al enorme prestigio de la
Ciencia -beaterio tan fideísta como incondicional- pueden reconocerse en la
actitud de jóvenes y adultos hacia sus pompas y sus obras las huellas de una
niñez manipulada y perpetuada, manifiestas en las más ñoñas y acientíficas
tendencias infantiles -llamando así no a inclinación alguna que los niños
definan por su presunta esencia, sino a la configurada por el triste papel que se
les quiere a todo trance hacer representar. Pues ¿en qué otro capítulo habría
de inscribirse el entusiasmo por las desmelenadas invenciones de la
ciencia-ficción?, ¿qué son éstas sino una visionaria y agonística inversión del
escéptico, lúcido, prudente -y no por eso exento de pasión- espíritu
científico? La necia superchería de los platillos volantes -ampliamente
acreditada con documentos fotográficos- es buen índice de la puerilidad interpretativa
que domina en la colectividad, y pone de manifiesto hasta qué punto el
persistente furor por escamotear la imagen de lo extraño acaba por hacer que,
cuando se lo pretende imaginar, la fantasía ya no tenga más recurso para ello
que el de un mero desplazamiento de lugar, que el de una simple trasposición
antropomórfica; lo nuevo, lo posible, lo distinto, tan sólo le es concebible en
otro sitio, al par que guarda el mismísimo rostro de lo dado. La falta de
respeto y de sorpresa hacia lo nuevo, el afán por echarle anticipadamente la
red de lo familiar y estatuido “alunizar”, la sordidez, la sesuda tristeza burocrática
ante el cosmos, por parte de la técnica oficial -con ese ambiente paleto y
jactancioso al mismo tiempo, como de chiste de marcianos, en que se circunscribe-,
descorazonan de todos los portentos. ¿Qué ilusión nos podría quedar por ellos y
por las novedades que pueden ser capaces de alcanzar, si al propio tiempo vemos
que previsoramente ya se está elaborando para ellos un “derecho espacial”? Por
lo demás, esta actitud tampoco es nada nuevo: también América, sin haber sido
descubierta, salió de las Capitulaciones de Santa Fe ya empaquetada, inventariada,
amojonada e inscrita en el catastro de doña Isabel; y, por cierto, también aquella
vez el triste allanamiento tomaba su ocasión de una mezquina rivalidad entre
dos estados, que eran, en aquel caso, Castilla y Portugal.
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