El padre de mi padre era un pastor metodista. Era un hombre alto,
apuesto y de noble aspecto; tenía una voz hermosa y grave. Mi padre era un
ferviente ateo y admirador de Clarence Darrow. Se saltaba cursos igual que
otros chicos se saltan las clases, daba conferencias a los feligreses de mi
abuelo sobre el carbono 14 y el origen de las especies, y consiguió una beca
para Harvard a la edad de 15 años.
Le llevó la carta de Harvard a su padre.
Algo asomó a los hermosos ojos de mi abuelo. Algo habló con
su hermosa voz y dijo:
Es justo darle una oportunidad a la otra parte.
¿Qué quieres decir?, preguntó mi padre.
Lo que quería decir era que mi padre no debía rechazar a Dios
por el laicismo solo porque ganaba discusiones a personas iletradas. Debía
estudiar teología y darle una oportunidad a la otra parte; si al final seguía
teniendo la misma opinión, con 19 años seguiría teniendo una edad perfecta para
ir a otra universidad.
Mi padre, corno ateo y darvinista, tenía un sentido del
honor muy delicado y no pudo rechazar aquella petición. Presentó solicitud de
ingreso en varios seminarios y todos menos tres lo rechazaron de entrada por
ser demasiado joven. Los otros tres lo citaron para una entrevista.
El primero era un seminario de gran prestigio y a mi padre lo
entrevistó el director debido a su juventud.
Es usted muy joven, le dijo aquel hombre. ¿Es posible que quiera
ser pastor porque lo es su padre?
Mi padre contestó que no quería ser pastor, sino darle una oportunidad
a la otra parte, y le habló del carbono 14. El sacerdocio es una vocación, dijo
aquel hombre, y los estudios que ofrecernos están destinados a personas que
sienten esa vocación.
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