Academia Zaratustra, Juan Bonilla, p. 63
“¿Es posible que todo eso se
pueda hacer de una manera colectiva, renunciando a las salvaciones personales, participando
en un proyecto común en el que se repartan las tareas y se logre identificar
una conciencia unánime?» «Por supuesto que no, cada uno ha de internarse solo
en ese desierto, porque esa es la única manera de que todos alcancen el mismo territorio
de la libertad: si se crea una dependencia se invita a la irresponsabilidad, al
cobarde procedimiento de poder culpar a otro de nuestra melancolía o nuestro
fracaso.” «¿Y usted cree que Nietzsche encontró ese lugar en el manicomio de
Basilea, o quizá antes en Turín, cuando se produce su derrumbe mental? ¿Cuál es
la actualidad de Nietzsche?» «Este siglo ha sido devastado por un cáncer contra
el que él luchó con mayor violencia y afán que cualquier otro hombre: las
ideologías. Una ideología, cualquier ideología, no es más que un abaratamiento de
un ideal, y un ideal, cualquier ideal, no es más que una sublimación de la
realidad, o sea, que una ideología es un abaratamiento que pretende pontificar
-es decir, hacer un puente- entre ideales y realidades: en ese camino lo que se
pierde es la vida. El hecho de que Nietzsche acabara como acabó no significa
que fuera destruido: más bien podríamos hablar de una inmolación. Su lección es
evidente: no nos ofrece doctrinas ni respuestas positivas, no nos ofrece
ninguna receta que pueda sosegarnos o ejercer un efecto placebo sobre nosotros,
Pero nos invitó a sustituir el cadáver de Dios por la música que nos hiciera
bailar, y nos dijo que nunca le diésemos crédito a las verdades que tratan de
herimos o acortarnos la libertad, que no diésemos crédito a ninguna verdad que
no nos procurase al menos una alegría. Lo sustancial es la alegría.»
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