Homo Lubitz, Ricardo Menéndez Salmón, p. 50
-Le contaré algo -dijo-. Cuando
estuve estudiando en Francia me enamoré del pueblo gitano. ¿Sabe por qué?
O'Hara esbozó una sonrisa.
-No tengo ni la más remota idea,
Zhao. No creo que nadie en Arconte Limited lo sepa.
-Por su arquitectura -dijo Zhao
paladeando el sustantivo.
O'Hara se permitió meditar antes
de responder. Barracas en descampados, galpones de uralita, poblados sin calles,
asambleas en torno a una hoguera, la convivencia entre animales y niños. Buscó
una palabra que dotara de sentido a todo aquello.
-Provisionalidad -dijo.
Zhao asintió.
-Usted lo ha dicho. Libres, sin
vínculos, sin una raíz. Llegados del final del mundo, al contrario que los
demás pueblos, que avanzan hacia él a codazos, con urgencia. Los gitanos son el
pueblo que ya ha estado allí y sabe que no hay prisa por volver a ese lugar.
Por eso sus casas son cajones por los que pasa el viento. Casas que niegan el
concepto de casa. Arquitecturas efímeras. Como vivir en una nube.
El muchacho que había caído al
lago salió del agua entre aplausos, silbidos, canciones.
-Los chinos -prosiguió Zhao-
somos incluso más pragmáticos que los gitanos, porque sabemos lo que saben los
gitanos pero hemos decidido vivir en casas sólidas. ¿Entiende lo que quiero
decir? Venderlo todo, la propia piel si es preciso, nos ayuda a soportar la
provisionalidad que usted mencionó, el hecho de que el fmal del mundo ya fue,
no será. El resto ni siquiera es audacia. Es cálculo.
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