Cuentos completos, Henry James, p. 486
-He venido aquí en peregrinaje.
Para entender lo que quiero decir, tendría usted que haber vivido, como yo, en
una tierra más allá del mar, falta de gracia y de romanticismo. Esta Italia
suya, en cuyas puertas me hallo ahora, es la cuna de la historia, de la
belleza, de las artes y de todo lo que hace a la vida dulce y espléndida. Para
nosotros, tristes extranjeros, Italia es una palabra mágica. Nos persignamos al
pronunciarla. Tendemos a pensar, cuando obtenemos placer y reposo (en cierta
hora luminosa, cuando nos sonríe la suerte), que podemos salir y atravesar los
océanos y las montañas y pisar el suelo italiano y ver allí la sustancia
primaria, la «idea» platónica de nuestros sueños más reconfortantes y nuestras
fantasías más fértiles. Yo he sido educado en esos pensamientos. Y puedo gozar
de esta hora feliz, gracias a Dios, siendo todavía joven, sano y sensible. Heme
aquí, por primera vez, en una atmósfera encantada donde el amor, la fe, la
sabiduría y el arte prometen convertirse en algo más profundo que esas pasiones
que sentía yo en mi helada tierra. Empiezo a percibir lo que mis sueños
prometían. Es Italia. ¿Cómo explicarle lo que significa para uno de nosotros?
Vea tan solo con qué ternura y simpleza fluye mi discurso. El aire tiene un
perfume especial; todo lo que penetra en mi alma, en cada uno de mis sentidos,
es un indicio, una promesa, una confirmación. Pero lo mejor de todo es que la he
encontrado a usted, bella dama. Si le dijese lo que opino de usted, creería que
no soy sincero o respetuoso. Ecco!
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